viernes, 1 de marzo de 2024

15 de enero otra vez

Escuchábamos a The National juntos, pero a distancia, así como hicimos tantísimas cosas, nada más por whatsapp...





No se me olvida. No se me olvidan los poemas, las horas pegadas al celular, las pláticas interminables, los buenos días, las buenas noches. No se me olvida la música. En especial esto, todas las canciones compartidas, que porque fueron compartidas una vez lo siguen siendo, a pesar de todo.

Pero tampoco se me olvida el dolor, no se me olvidan esos minutos terribles en que el corazón me dolió tanto, esas horas de incomprensión, de insultos, de tristeza y de hartazgo.

Y tampoco se me olvida el amor, porque amor, de eso, sí que teníamos, estoy segura de que fue amor, aunque el amor al final haya sido nada. Eso que se puede juntar en una semana, arrojar a la chimenea y prenderle fuego (Sabines participa en la frase), eso que es sólo una bomba que dejamos en la puerta de la paletería para que llovieran chispas de fresa (Alejandro Páez Varela participa en la frase).

Escuchábamos A reasonable man, y yo te quería, mi sabor a sal, a trigo, a miel entre las veredas de la carne. Y tú estabas convencido 100% de aquellas cosas que canta Matt Berninger: “A quiet love is better than none. A careful heart is better than none.”

Y yo escribo cosas para que las leas y ya no sé si lo haces. No se me olvida que no quise responder tu último mensaje, no porque no lo deseara, no porque con todo mi ser deseara volverte a abrir la puerta y escucharte y leerte y acercarte. Sino porque justo eso, abrir la puerta, iba a convertirse en ese dejar pasar de nuevo la destrucción. Y no vale la pena el dolor que siempre iba a llegar, quizá tardaría, quizá se escondería entre más canciones, más palabras lindas, más detalles de esos que enamoran, pero siempre, siempre vendría el apocalipsis, porque realmente no podemos hacer otra cosa tú y yo más que arder y arder y quemarnos hasta destrozarnos.

En fin, que escucho a The National. Sé que vendrán a dar un concierto y te pienso, pero ya no eres tú, nacieron cansados, nuestro largo amor y nuestros breves amores (Bonifaz nuño participa en la frase). Y todo lo que pienso sobre ti termina en el vacío porque no importa, porque fuimos nada, aunque pudimos haber sido todo, tenerlo todo. Y no olvido y lloro.

Al final sé que no serías capaz de ir a un concierto conmigo, al final enviarías una canción como "Please don’t tell her" o "This year’s love" o "Fake plastic trees" o "Let her go". Y ahí acabaría… O tal vez no, porque te pienso y no sé cuántos años tienen que pasar, cuántos 15 de enero tienen que seguirme en esta vida sin que te piense o te sueñe (te soñé apenas, por cierto), aunque no te escriba y sólo vea las veces que cambias de teléfono y revise nuestros escasos archivos compartidos… En fin, que como ves no se cumplió la premisa de que este amor deberá durar (David Gray participa en la frase). Y aquí ando, con muchas palabras que no me atrevo a decirte más que aquí, en este limbo que ha sido mi escaparate y mi lugar seguro, desgraciadamente.

¿Escucharías conmigo About today

sábado, 8 de abril de 2023

Releer es entender




Hace como un mes me traje mis diarios de adolescencia de casa de mi mamá. En estas semanas he estado releyéndolos y ha sido un ejercicio que me ha resultado muy revelador.

El primer diario ya con esa forma y con la intención como tal lo comencé poco después de mi fiesta de XV años. Yo necesitaba escribir ciertas cosas que no podía decirle a nadie pues sentía pena, vergüenza incluso, sentía que nadie iba a entenderlo y que de hecho, lo que me estaba pasando estaba mal y nadie debería saberlo, y sin embargo yo no lo quería olvidar, entonces lo escribí.

El hecho tan espeluznante que consigné en marzo del 2000 consistía simplemente en que me enamoré de mi maestro de Historia de la secundaria. No parece la gran cosa y ciertamente en perspectiva para nada lo es, pero en ese momento significó un parteaguas en mi existencia: fue un enamoramiento profundo y auténtico, porque él en ese momento me parecía el ser más inteligente, asombroso y brillante que existía (desgraciadamente cuando yo tenía esa edad no tenía muchas personas a mi alrededor que me pudieran impresionar), entonces su presencia me sacó de balance y llegué a quererlo como nunca antes en mi vida. 

Esta devoción duró varios años, los diarios siguieron y mi escritura volcada a su presencia acabó más o menos en el 2003, cuando tuve un novio en serio y me enamoré mucho de él (sin embargo, de todos modos me las ingenié para ver a mi maestro de la secundaria, de vez en cuando, hasta el día en que por fin se me cumplió el sueño que se germinó desde hacía años: besarlo). 

Leer mis diarios me ayudó a darme cuenta de muchas cosas. Algunas de ellas ya las había percibido aun a mi cortísima edad, pero ahora me hicieron más sentido y entendí de manera amplia, gracias a la distancia y a la experiencia, que muchísimas acciones sólo contribuyeron a generar lazos confusos y, al menos para mi yo de entonces, bastante dolor, enojo, confusión y llanto. 

La situación con él fue que, básicamente, nunca me puso un alto definitivo. Era veinte años mayor que yo y yo ni siquiera tenía dieciocho, pero a veces él actuaba como si no fuese así. El problema justo yace en el peligroso "a veces". Sí hubo ocasiones en que me detuvo en seco, y cada que lo hacía yo entendía cuál era mi lugar, pero luego, días después, él volvía a abrirme la puerta y me daba a entender que "lo nuestro", que no se supo nunca bien qué era (pero definitivamente era algo más que la relación alumna-maestro) iba sólida y certeramente caminando hacia algún lado más allá.

Mis diarios son testimonio de esto, sí, fuertemente, pero creo que sobre todo son testimonio del silencio, de no poderle contar a nadie (si acaso a poquísimas amigas, algunas de las cuales me insistieron en que lo que yo hacía estaba mal), pero al mismo tiempo de saber que aquello que sucedía era tan fuerte que no quería callarlo, que debía al menos registrarlo por escrito, para hacer que ese silencio no me detuviera para sentir y registrar cuán real era todo lo que estaba sucediendo. 

La escritura que procuré devotamente a lo largo de varios años ahora sirve para entender todo lo que de verdad estuvo mal, y que no sólo recae sobre él. Releer me ha ayudado a entender en qué momento yo también crucé la línea y cómo yo misma sí fui responsable. Es cierto que él debió haber puesto un límite a nuestra interacción, que él, como el adulto casado, no tenía por qué darme su número y pedirme que le llamara, ni llamarme tampoco a mi casa, ni prometerme un café, ni aceptarme las cartas y los regalos, ni pasar sus recesos a mi lado, ni esperarme para irnos juntos a la salida. Pero también es cierto que yo misma me puse sobre de él, para abrir la puerta a que su trato conmigo fuera distinto. Y creo que al final yo, aun con 15 o 16 o 17 años, tenía muy claro lo que estaba haciendo y yo sola me embarqué en la aventura de jugar a que podríamos ser más de lo que éramos. Claro que al final la que terminó perdiendo fui yo. Él, con seguridad, le hacía lo mismo a muchas y yo lo tenía en un pedestal como a nadie. 

A lo que voy con todo esto es a que releer es entender. Estoy tan agradecida con esa persona que entonces fui por haber registrado con detalle cada cosa que sentía, cada noche de llanto, cada incertidumbre, cada palabra de amor devoto e incondicional. Todo eso me ha servido para saber un poco más de mí y de la vida, para abrazarme, sí, pero también para saber que tampoco fui una víctima en su totalidad, porque muchas personas me advirtieron que aquello no podría salir bien y yo decidí hacer mi voluntad consciente y totalmente. Sabía que prefería callar, no porque me lo hubieran impuesto sino por ahorrarme la crítica y el juicio. De ahí mi refugio en la escritura silenciosa, escritura salvadora que me ayudaría en el futuro a trascenderme y también a perdonarme. 

En las últimas semanas he pensado mucho en él, por supuesto. Me estaba comenzando a carcomer la manera en que me entregué tan devotamente a alguien que no lo merecía. Entonces lo soñé y el sueño me sirvió de cierre. Estábamos en un cine, yo le decía que se metiera conmigo, él me seguía el juego. Pero yo me adelantaba y cuando él llegaba todo estaba tan oscuro que no podía encontrarme, y yo decidí no hacerle señas para que me viera, decidí perderme y él al no hallarme se fue. Desperté. 


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Music on: I should live in salt - The National
Quote: "La historia de la enfermedad no es la historia de la medicina. Es la historia del mundo". Anne Boyer
Reading: La encomienda - Margarita García Robayo

lunes, 24 de octubre de 2022

This year's love


El sábado fui a desayunar con unas amigas. Se me hizo tarde, no pasaba el micro, tomé un Didi. Ya cerca del destino en el radio del conductor comenzó a sonar "This year's love" de David Gray en una versión en vivo que no recuerdo haber escuchado nunca.

Durante todo el trayecto no había cruzado palabra con el chofer más allá del cordial y amable Buenos días. Pero comenzó la canción y dije: "Ay, esa canción me recuerda muchísimo a alguien". No, no es cierto, no dije nada, pero claro que lo pensé, y me detuve porque qué le iba a importar al pobre conductor mi triste vida y mis recuerdos sin contexto. La realidad es que sí me recuerda a alguien, y ese alguien sabe muy bien quién es, así como yo sé que está al pendiente de lo que escribo y que muy probablemente se aparezca de vez en cuando por este blog. 

El diálogo, en mi cabeza por supuesto, contenía la debida pregunta del chofer, en un intento para continuar la conversación. Y en mi cabeza yo respondía: "Nos quisimos mucho, pero también nos hicimos demasiado daño, al grado que no podemos ya ni hablarnos." También me imaginé sacando el celular y buscando su número en Whatsapp y mandándole una nota de audio con un pedacito de esta canción que era una de las más íntimamente nuestras, como las memorias iluminadas de Cortázar o los poemas de Sabines o el sabor a sal, a trigo, a miel entre las veredas de nuestra carne. Y me imaginé que esa sería una manera de comunicarme, porque las palabras que se me ocurren siempre terminan lastimando; pensé que sería una manera de decirle que lo pienso y que me duele, y que lamento todo, tanto, tanto. 




Music on: This year's love
Quote: "Who's to worry if our hearts get torn when that hurt gets thrown"
Reading: Nuestra piel muerta - Natalia García Freyre

jueves, 17 de febrero de 2022

Presentación de "La costumbre del vacío"

En enero tuvimos la primera presentación, un poco atropellada por el maravilloso caos y las manifestaciones que ocurrieron en el centro histórico y que no dejaron que gente pudiera llegar, ja.

Así que lo vamos a intentar otra vez, aquí dejo cartel e información.


Estaré muy bien acompañada por mis queridas amigas y escritoras y lectoras y cómplices de mis locuras: Michelle Pérez-Lobo y Diana Ramírez Luna (editora, además, de LibrObjeto). Se va a poner re bonito.

La Casa del Poeta Ramón López Velarde se encuentra en Av. Álvaro Obregón 73, en la colonia Roma, la presentación será en la Sala de Conferencias. 

Como dato extra: ya he tenido algunas intervenciones en medios por aquí y por allá. Dejo el enlace de una entrevista que me hicieron en Mujer Radial aquí (salgo a partir del minuto 17).


***
 

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Music on: Bliss - Muse
Quote: "Mostly I have felt myself becoming a servant of sadness. I am still looking for the beauty in that" Maggie Nelson
Reading: Cuentas pendientes - Vivian Gornick

miércoles, 24 de noviembre de 2021

La costumbre del vacío

La costumbre del vacío

Dejé el alcohol hace tiempo y no me han dado ganas de volver a él realmente. Se supone que con eso debería haber bajado de peso; conozco gente que deja el alcohol y con eso, sólo con eso, transforma su cuerpo. Para mí no. Hace años aprendí a andar en bici y rápido se me hizo hábito salir todos los domingos a pedalear unas cuatro horas. Mi novio me dijo, entonces, que así seguramente iba a perder peso. También pasa que gente comienza a moverse más de lo usual y pierde peso. Pero bueno, a mí tampoco me pasó.

A los veintitrés hice mi primera dieta y en los siguientes años, intenté no sólo dietas, sino varias cosas que mi falta de constancia y mi llanto continuo (o mi cuerpo, mi genética, no sé) me impidieron concretar: ejercicios crónicos: clases de todo lo que se pueda: spinning, step, zumba, body pump, kick boxing, natación, ejercicios de fuerza. Incluso me compré el famoso lema de que “si no duele no sirve”, y entré en una dinámica de sufrimiento, hambre y privaciones que tampoco me llevaron al éxito. Siempre que bajaba algunos kilos los recuperaba eventualmente. Y sé que esto puede tener muchos nombres: falta de voluntad, de disciplina, de constancia, de aguante, la verdad me da lo mismo. También sé cuánto hice para lograrlo (no es que ame ser una gorda), pero fracasé en absolutamente todo. En algún momento alguien me dijo que si tomaba té de diente de león seguro perdía peso. Comencé a tomar un litro diario. Sólo conseguí enfermar mis riñones. Luego, como el sentido común lo dicta, comencé a hacer ejercicio en exceso, casi todos los días, todo lo que podía y hasta lo que no podía. En dos meses de esos esfuerzos tampoco bajé de peso, en cambio me lastimé las rodillas. Un doctor me dijo que yo no debía hacer nada de esos ejercicios, que tenía un defecto en los huesos y que si seguía insistiendo en la elíptica y el zumba sólo iba a lograr lastimarme más. Y vaya, yo no quería eso, y ni modo, me quedé sentadita admirando la manera en que Murakami, que empezó a correr a sus treintaitrés, hacía maratones, y al hacerlos me recordaba mi fracaso, yo, que a esa edad ya tenía dolor de rodillas.

No tengo madera para lo que se necesita para lograrlo, pensé. Y eventualmente lo asumí, no siempre es ley que si uno se esfuerza logrará lo que quiere, a veces el esfuerzo no alcanza, a veces hay muchos factores que están ahí para impedir el éxito. En esta vida, mientras sea posible, uno puede decidir qué batallas quiere seguir peleando. Yo dejé de pelear; me resigné a que no todos podemos medirnos con la misma vara y que me tocaba asumir el fracaso.

Empecé a pensar muchas cosas, más bien, me di cuenta de que muchas de esas cosas ya las tenía en la cabeza, por ejemplo, mientras contaba mis calorías y me comía mi medio bolillo para el desayuno y mi única tortilla para la comida y me preparaba mentalmente para la lata de atún de la noche; o bien cuando hacía repeticiones en el gimnasio o cuando me bañaba en sudor y también en lágrimas y no se notaba la diferencia. Entonces, un día, todas esas cosas que había estado pensando las escribí.

También hice un recuento de hechos duros y estadísticas, así como de testimonios encontrados por aquí y por allá, tanto de gente conocida como desconocida, y me pareció que era importante complementar mis ideas con estos hallazgos. Comencé a darme cuenta de que mucho de lo que se decía en el mundo sobre el hambre, el ejercicio y el cuerpo ideal estaba equivocado. No tomo refresco y sin embargo soy gorda. Como frutas y verduras y dos litros diarios de agua y eso tampoco parece ser algo que repercuta en el tamaño del cuerpo. Me puse a pensar en por qué si estaba haciendo las cosas bien no tenía éxito. Y sentí que, si no podía arreglarlo ni entenderlo, al menos debía escribirlo.

Poco a poco todo lo que escribí se convirtió en un libro. Un libro que no pretende glorificar el fracaso ni abrazar la mediocridad, sino simplemente contar su historia y sus vericuetos, los errores y trabas, las dificultades; un libro que tampoco quiere justificar, sino sólo decir las cosas como son; un libro que cuenta, que mide y que pesa. Pensé que era importante asentar cómo fueron los procesos y cómo me fui topando con los hechos, también quería reproducir la desesperación y la necesidad de querer entrar en una talla o en un modelo de cuerpo. Yo quería hablar del hambre y de la locura que implica privarse de comer porque la saciedad deja de ser un estímulo normal biológico para convertirse en un mecanismo de culpa; hablar del hambre y de la privación voluntaria por la comida.

El resultado fue La costumbre del vacío, que se publicará con la hermosa editorial LibrObjeto, con quien estoy muy agradecida por haberse arriesgado a tener en su catálogo un libro incómodo y extraño que sin embargo contiene cosas necesarias y dolorosas. Por mi parte, como me cansé de seguir intentando perder peso, enfoqué mis esfuerzos en la escritura, y en que con ella pudiera cerrar un capítulo y así dejar de refugiarme en el vacío como religión, como una costumbre que por ser gorda tenía que obligatoriamente conservar.

Ya para terminar, hay un hecho consignado en el libro que no deja de darme vueltas en la cabeza. Hay gente que muere de hambre en el mundo, porque no tiene nada qué comer; mientras en otros lugares hay gente que tiene todo a su alcance y decide voluntariamente dejar de alimentarse porque hacerlo implica una culpa enorme, una vergüenza, un fracaso. ¿Por qué sucede esto? ¿Qué está tan mal en nuestra sociedad para que la gente se someta a eso? Es una pregunta que no he podido responder completamente, pero al menos he dejado de consagrarme a ese dios del cuerpo esbelto al que se le adora y se le ofrenda con hambre. Escribo estas últimas líneas mientras me como un plato de cereal con plátano y leche, cosa que antes estaba prohibidísimo y me generaba una culpa inmensa. Ya me cansé de estar hundida en tales aguas. Quizá soy una mediocre, si me lo dicen puedo vivir con eso, siempre que me dejen comer.

***

Este texto fue publicado originalmente en Los Ojos del Tecolote.

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lunes, 8 de noviembre de 2021

El comienzo

Un día, por ahí de 2017 mandé un poema a un concurso. Y ganó. Es curioso porque este poema lo estuve trabajando en un taller y me dijeron que era muy largo, que no se entendía bien, y medio me desanimé, pero decidí no hacer caso y hacerlo más largo y más críptico. Siempre hay ojos que opinan distinto, afortunadamente. Lo pongo aquí porque se publicó en un librito que no sé si se consiga, la verdad, y pues es un poema que me gusta.




El comienzo


Cayó el invierno sobre tus párpados y el cielo se pasmó de rojo.
Tardé el llanto en limpiar la sangre que no era tu sangre,
el cansancio marchitó los ímpetus
y volcó su savia en los dedos de la plaga.
 
    Querido:
    Voy a contarte ahora la historia del comienzo.
 
Desde la espuma de lo perdido,
una última oración quiso quebrar la sincronía del tiempo.
Los días pasaron en silencio,
cuidaban palabras que, como las piedras, resistían los embates del
vacío.
 
Dormí gritando sentencias que nunca habrían de conocer el aire
y desperté en un lecho desconocido
que se iluminaba penosamente con la calma del amanecer.
Tenía los ojos dirigidos al norte.
—Al norte, hubieras aprendido a decir, al norte.
Porque aunque todavía no lo sabías,
hacia allá alumbraba la estrella de tu nombre.
Decidí llamarte Arturo, no por el rey glorioso, sino por el astro,
porque la memoria de mis padres apuntaban a noches largas de mirar
estrellas,
a jornadas limpias de avistar centelleos y aprender constelaciones.
 
Al norte, habrías dicho, ya en tus primeros años
y en tu palabra comenzaría el aprendizaje
y el observar los astros como legado.
 
Cuántas veces quise mostrar el cielo a tus brazos tiernos,
enseñar las letras a tus labios y las nubes a tu frente.
Y quise también ser el regazo que sofocara la tristeza;
pero fui sólo la mano que juntó la tierra para tu apresurado descanso.
 
    Querido:
    Mienten los que dicen saber lo que se siente.
 
No es sólo el deseo por revertir lo hecho,
es el silencio helado entre la carne y el escalofrío que surca
incluso las lágrimas;
no es el tiempo que ha faltado ni el error desconocido,
es esa suerte de hueco que me dice que de algo sirve el lamento,
esa urgencia de decirte todo, aunque no lo haya comprendido,
el deseo de enunciar con cuidado cada letra
para construir una verdad que me haga menos insatisfecha,
es esa gotera roja que no acaba de arder en mi vientre
y que busca echar raíces
pero no puede.
 
Apenas te supe tuve un sueño:
una voz me cantaba que tendrías unos ojos grises que se irían
haciendo oscuros con el tiempo.
Poco después el vaivén de tu pequeño cuerpo empezó a hacerse lento.
Y cuando dejé de saberte entendí que el sueño era un anuncio,
oráculo de verdades temibles:
el negro de tus ojos era la hoz que extendía la oscuridad
hacia adentro.
 
   Querido:
   El refugio se secó y sólo tú supiste que la noche sería
   la única linterna.
 
Yo llenaba el cántaro encerrando un tiempo,
cantaba a la nada esperando un eco de regreso.
Dolía la espera,
de mirarla tanto le hallé el cuerpo:
un anfibio deforme con múltiples lenguas y hedor a incienso rancio:
tenía pestañas poderosas como fauces que rompían las sábanas,
gritos burbujeantes de estertores flotaban de su mandíbula
y siluetas deformes se agazapaban en los pliegues de su propia baba.
 
Como una niebla ingrávida,
mis cobardes palabras flotaban fracturadas.
 
   Querido:
   Comencé a hablarte porque no sabía.
 
Di las lecciones que no podía esperar hasta mirarte,
pensaba en el futuro ignorando que tus respiros de bruma
volvían el aliento al fondo,
a la cueva vedada a los pedazos de mi boca.
 
Entre la ciega angustia de la ignorancia,
el tacto pulverizó los atajos
cual vuelo impostergable de pájaros furiosos.
Mi mano comenzó a temblar deshecha en la profundidad de la madrugada.
Piel adentro la quietud reinaba,
la semilla marchitada se dolía de desesperanza.
 
Entonces las preguntas empezaron a llover de la estancia y,
como hormigas ponzoñosas,
cada una caminaba hasta las raíces de mis huesos:
qué sendero andar para dar fin a lo que nunca tuvo inicio,
qué poner en tu piel recién bañada,
cómo arreglarte el ceño si aún no te conocía,
qué atuendo vestiría la noche,
con qué alhajas de adiós se adornaría.
 
La duda estaba instalada con un zumbido de ponzoña,
con olor a vinagre y sal envejecida.
 
   Querido:
   Tu cabello apenas crecido cascabeleaba despacio al ritmo  
   de la angustia.
 
Que nadie sepa de las sombras, me dije.
Que nadie note que no puedo deletrear esa verdad
amagada entre mis pestañas entumecidas.
Que nadie hable de esta certeza helada que marca el sendero
del desierto.
 
Quise contarte que esto no fue así todo el tiempo.
La realidad no nos derrumbaba y se podía dormir en calma;
pero la presencia constante de la verdad derrotaba mis intentos,
y ahora sólo tenía entre la carne
un anhelo agujerado con la constancia abatida,
y esperaba cuervos que llegarían hambrientos, volando impetuosos
con sus plumas de hierro,
a deshacer la sábana con que tapaba mis intentos.
 
   Querido:
   He cuidado de ti mirando el reino de los insectos.
 
Te hablo y te imagino con la devoción que enciende la ignorancia.
—Mira a la distancia, te digo,
un rayo de sol asoma y pinta las montañas de rosa.
Mira los árboles, las estrellas, el mundo entero, te digo.
Pero las cosas las miro sola
y las imagino a través de tus ojos desconocidos,
tus ojos:
la negrura y el presagio que no supe entender en tus ojos.
 
Estoy atrapada en un tiempo que no comprendo,
y tengo nada más diez uñas que no alcanzan,
diez uñas quebradas que no pueden salvarte del encierro.
 
   Querido:
   No dejé de alimentar lo que creía eran tus latidos.
 
Mis venas irrigaban sangre viva a las cavernas del gélido silencio,
hasta que un escalofrío despertó mi conciencia errada
y el grito de todos los muertos retumbó en la calidez de mis empeños.
 
   Querido:
   Quiero convencerte de que esto es sólo la puerta del comienzo.
 
Esta tierra no es la desembocadura de los esfuerzos arrojados al vacío,
no es ésta una cárcel sino una puerta a amaneceres que yo no
pude regalarte.
 
—Ya no temas, te digo,
hoy es el último intento.
He contado trescientos sesenta y cinco días y aún más
porque ignoro el momento exacto,
la noche me engaña, el hormigueo nunca fue el mismo.
 
He cumplido tu primer año, querido, porque es el tiempo
que dura cualquier ciclo.
 
Escucha una última vez
cómo mis manos escapan de los frescos bordes de la tierra:
hoy la mezcla de barro y agua
llegará a protegerte más de lo que yo he logrado.
 
Pronto vendrá la hora de remover el luto,
espera,
hay rituales que deben continuarse hasta que la memoria
les permita la consagración;
yo te enseñaré,
con la alegría del primer descubrimiento,
qué significado guarda el pasar de los astros
y te seguiré hablando hasta que mi voz se acabe
o lleguen las lágrimas a florecer el campo.
 
Ya no hay nada que te ate a mis inútiles deseos,
pronto habrá tiempo para perdonar los recuerdos,
para cambiar las flores de esta vida por un sueño.
 
Erigiré un palacio, donde el silencio sea palabra
y la oscuridad incendio,
aquí, en las fuentes de plata que salvan el cauce de los naufragios
y encienden los precipicios hasta la llegada del alba.
 
Llegará un último granizo para cortar la oscuridad tiránica
y fracturar las rejas que alimentan la humedad de las tinieblas.
 
Quiero creer que el futuro no te hará desaparecer por completo,
que entre la niebla suave del silencio encontrará tu voz su camino
y que los mismos astros que me enseñaron a hablarte
llevarán entre tu mano la llave de un mejor camino.
 
El monstruo de la espera recuperará la forma primigenia
de las buenas nuevas;
y mis uñas, maceradas de intentos,
habrán de retirarse de su guardia de nostalgia y sufrimiento.
 
   Querido:
   tus cuencas informes ya no serán presagios,
   nacerá una última luz para atravesar la tierra,
   con pasos inaudibles
   marcará la pauta del comienzo.


***

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martes, 2 de noviembre de 2021

28 de octubre y la nueva alegría

El 28 de octubre de 2013 fue un parteaguas importante en mi historia personal. Yo ya no debería hablar de eso, pero hay cosas que me siguen dando vueltas y que vuelven. Y justo en este momento me parece importante sacarlo a flote porque me puso a reflexionar sobre el viejo adagio que insiste en las vueltas que da la vida. 

Ese día, en 2013, una persona (no sé si llamarlo novio) me aplicó ese "tenemos que hablar" que siguió de una muy elegante manera de decir que ya no quería estar conmigo y todas esas cosas que se dicen cuando se busca terminar con alguien. Y bueno, la verdad es que ya con perspectiva y el bonito pasar de los años, me doy cuenta de que el cortón no fue lo feo, sino la mentira, porque no me dijo que me dejaba por alguien más, y yo me enteré dolorosamente semanas después. 

Recuerdo ese día y los que le siguieron porque se caracterizaron por una desconexión muy fuerte de mí misma con el resto de las cosas. Fue extraño, el mundo seguía rodando y por supuesto que mi pequeña tragedia era intrascendente, pero yo no podía dejar de sentir que me quedaba atrás, que no estaba en sintonía con nada de lo que me rodeaba. Entonces hice cosas (el tipo de cosas que se hacen quesque para cerrar ciclos): me pinté el cabello y unos meses después me hice un tatuaje. Y eso me ayudó a redefinirme y ubicarme con menos dolor en una nueva realidad.

Para no seguir ahondando en la tragedia, quiero decir que el 28 de octubre de este año yo iba a escribir algo en mi Facebook para rememorar el día de la desgracia. Pero en cambio logré suplirlo con una buena noticia y, como ya me ha pasado en otras ocasiones, traté de conservar los recuerdos como lo que son, como parte de mí, pero no lo único que me define, y le di paso a la buena noticia con los brazos abiertos, la buena noticia que llegó justo un 28 de octubre, como si el mundo me dijera que ya puedo tener un recuerdo hermoso en este día.

Así fue que salió la noticia de la preventa de mi nuevo libro, y se hizo la mini campaña de promoción en redes y ya gente lo quiso comprar aunque aún no lo entregue la imprenta. Ese día lo guardaré entonces como el día en que la editorial y yo dimos conocer de manera oficial "La costumbre del vacío", y yo decidí enfocar mis esfuerzos en él,

Aprovecho el comercial para informar que todo lo que necesitan saber sobre la preventa está en la página de LibrObjeto. Más adelante escribiré algo más profundo sobre el libro en sí, pero por el momento dejo la invitación a adquirirlo.






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miércoles, 1 de septiembre de 2021

La "salvación" del olvido


“Quizá sobreestimamos la memoria. Quizá es mejor olvidar. Denme el Proust del olvido y lo leeré mañana”, escribió Francisco Goldman al rememorar a Aura Estrada y el dolor que le causaba su muerte. Creo que todos hemos coqueteado con la idea de que el olvido nos salvará del dolor, pero el dolor ¿no es acaso parte de la vida?

Hace unos días volví a la película Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, de Michel Gondry. Volví y reconfirmé que el final no es un final feliz. Quizá en 2004, cuando salió por primera vez, en mi ingenuidad sí me pareció la alternativa perfecta, romanticé las segundas oportunidades y me pareció hermosa la posibilidad de deshacerse de aquello que lastima. En aquel año tenía varias cosas que quería borrar y obviamente una perspectiva bastante cerrada al respecto. Hoy afirmo sin miedo que el olvido es más doloroso que todo recuerdo.

La premisa de la película es muy coherente y universal, ¿a quién no le ha sucedido que después de una experiencia devastadora, lo único que quisiera es no haber tenido que pasar por ahí? Y, además, ¿cuánto tiempo nos atormenta terriblemente un recuerdo que se clava en la memoria y por más que queramos no lo podemos sacar? ¿No incluso pensamos que seríamos felices, muy felices de no tener ningún registro al respecto? En la película se obtiene esa posibilidad mediante un método que más o menos resulta convincente y, entrados en el pacto de ficción con Gondry, lo compramos sin problemas a pesar de las nebulosas bases científicas que nos presenta.

Joel y Clementine mantienen una relación que se podría tildar actualmente como “tóxica”. Se aman, sí, pero es tan intenso el asunto y ambos son tan apasionados en sus propias formas que terminan haciéndose daño (esto es tan asquerosamente real y en otro momento habría que hablar de si eso es o no amor). De modo que se separan de manera dolorosa y su forma de aliviar ese dolor es el olvido de la existencia del otro. Clementine acude a una suerte de clínica en la que se encargan de borrar todo recuerdo relacionado con Joel. Joel eventualmente termina en la misma clínica rogando por el mismo “tratamiento”. Pero Joel tiene una serie de revelaciones en el proceso y ante ciertos episodios (que pasan frente a sus ojos mientras sucede el proceso de eliminación) siente arrepentimiento.

El hecho es que, aunque su relación estaba llena de cosas horrorosas, también tuvo sus luces y sus alegrías. Es clásica la escena de ambos acostados sobre el río congelado en una burbuja de perfección del instante. “Podría morir ahora mismo, estoy exactamente donde quiero estar”, dice Joel. Ahí está la evidencia más grande de la luz y belleza de sus encuentros, de la felicidad, y de esa sensación de perfección que lo hizo sentir que ya ha terminado de vivir y puede morir en completa paz.

Tiempo después de la ruptura, mientras el cerebro de Joel está siendo analizado y los técnicos focalizan los recuerdos que debe borrar, él, desesperado, busca comunicarse con ellos: “Déjame conservar este recuerdo”, les implora, pero el sedante no le permite moverse ni hablarles. Joel quiere resistirse al proceso y tiene un leve grado de éxito porque algunos recuerdos de Clementine permanecen. Y es por esos recuerdos que eventualmente da con ella y le hace ver y recordar lo que fueron.

Después de muchas vueltas y escenarios de locura ingeniados por Gondry, que remiten bastante bien a lo que suelen ser los sueños, Joel y Clementine se encuentran de nuevo en la realidad, aún a pesar de que ambos han sido “borrados” de la mente del otro. En su momento me pareció hermoso que pudieran hacer las cosas bien, pero luego pensé ¿cómo lo van a hacer bien si no tienen registro de lo que hicieron mal? Jamás van a aprender de sus errores y si uno no puede aprender de ellos es casi un hecho que la inercia de la propia personalidad bajo las mismas circunstancias va a desembocar en los mismos resultados.

El momento en que coinciden y deciden recomenzar es una epifanía, y, aunque se dan cuenta —mediante las grabaciones de sí mismos que rescataron (o robaron) de la clínica— de lo que les ha sucedido deciden retomar y tratar de no romperlo todo otra vez. Su decisión es tal porque no tienen real registro en la memoria al respecto, ¿acaso unas grabaciones serán suficientes para ayudarles? Les ha faltado la experiencia, el recuerdo, la verdadera catarsis. Podríamos pensar, y quizá yo lo hice en su momento, que el amor lo puede todo y que, como ambos se amaban intensamente era imposible que no volvieran a estar juntos; incluso podríamos refugiarnos en el pensamiento de que estaban hechos el uno para el otro o algo así. Sin embargo, existe algo terriblemente triste en su situación: lo que se esconde bajo ese final “esperanzador” es la lección de que el olvido nunca es una opción para ser más felices, en este caso les funciona como un placebo, pero no es difícil vislumbrar que al final terminarán odiándose y sufriendo, exactamente como la primera vez antes de olvidarse.

Gondry, además de la historia principal, enfoca el tema del recuerdo dañino a otros de sus personajes. El doctor líder del maravilloso olvido se ha valido de su invento para fines propios y repulsivos. Ha borrado la memoria de su asistente tantas veces por su propia cobardía y para “no lastimarla”. Así, es incapaz de asumir el sinnúmero de aventuras sexuales que ha mantenido con ella y que no conviene que ella tenga presente. Esto es terrible. El olvido no debería ser jamás una solución.

La vida tiene sus dolores y no hay forma de escaparlos. El olvido de este dolor no es una salida, al contrario, es una condena que nos llevará a andar los mismos pasos. Sólo el recuerdo y por supuesto el aprendizaje podrá salvarnos. Gracias a esa lucidez, de repetirnos hasta el hartazgo todas esas cosas que incrementan el dolor, acaso podremos aprender para no repetir. El recuerdo forja lo que somos y en este hipotético planteamiento, al ser como nuestros ingenuos personajes, estaríamos optando por un olvido que irremediablemente nos llevaría a cometer los mismos errores de nueva cuenta.

¿Qué deberíamos elegir, si pudiéramos? Yo, aunque me lastimen, prefiero una buena carpeta de recuerdos antes que el olvido que, de paso, me estará perdiendo también a mí misma y a la que seré a partir de la experiencia.

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Este texto se publicó originalmente en el sitio Los Ojos del Tecolote.
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Music on: The future - Leonard Cohen
Quote: "La persona muere, pero no piensa, no puede creer que está muriendo." Svetlana Alexiévich
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